martes, enero 10, 2006

Verne y sus eneros

"Un cometa desconocido chocó con la Tierra en la noche del 31 de diciembre al primero de enero, a las dos horas, cuarenta y siete minutos, treinta y cinco segundos y seis décimas de la madrugada; pero la rozó únicamente... ¡Están ustedes en mi cometa!". Esto explica el astrónomo Palmiryn Rosette al capitán Héctor Servadac, en la novela de Julio Verne del mismo título (Héctor Sevadac).
El cometa Galia sobre el que estos personajes recorren el Sistema Solar tiene una composición química donde abunda el teluro de oro, según establece Palmiryn "a ojo", por su aspecto y densidad pero no basándose en un análisis químico. Contrasta con el análisis espectroscópico empleado para determinar la composición (también de oro) del asteroide de otra novela, póstuma, de Verne: La caza del meteoro (1908), reeditada recientemente.
El método es más creíble aunque, en realidad, la composición de estos astros sea por lo general de lo más vulgar: los meteoritos férricos que bombardean la Tierra contienen hierro y níquel. Contradicciones con los conocimientos actuales de los cometas pero disculpables en 1877, fecha de publicación de la novela Héctor Servadac, cuando muy pocas cosas se sabían sobre su naturaleza física.
"¡Un cometa de oro!". "Serán setenta y un trillones de oro los que tendrá la Tierra (si Galia vuelve a caer en el globo terrráqueo)". "Cuando eso suceda, el oro no valdrá nada y, entonces, merecerá con justicia la calificación de vil metal".
La órbita asignada a Galia resulta también incorrecta. Antes de su primer contacto con la Tierra es parabólica. Después, Palmyrin calcula una órbita elíptica de un periodo dos años.
Órbitas posibles que, en la realidad, facilitan la clasificación de los cometas en no periódicos y periódicos, respectivamente. Sin embargo, para que Galia, después de su periplo planetario hasta las inmediaciones de Júpiter, pueda retornar al punto de partida y depositar a salvo a los protagonistas, debería tener un periodo de seis años o más, según establece la tercera ley de Kepler.
Esta ley describe los movimientos de los cuerpos celestes y relaciona el tiempo empleado en realizar una órbita completa (periodo) con la distancia al Sol (semieje mayor de la órbita elíptica). En descargo de Julio Verne hay que decir que presenta la mecánica celeste, la parte de la astronomía que se ocupa del movimiento orbital, como muy precisa. El astrónomo Palmyrin puede así efectuar in situ cálculos minuciosos de la órbita del cometa. En esta época la mecánica celeste había alcanzado una precisión sorprendente, habida cuenta de los medios de cálculo disponibles (lápiz y papel, nada de calculadoras).
Uno de sus éxitos más clamorosos había sido el descubrimiento, en 1846, del planeta Neptuno gracias al cálculo de su posición realizado por el astrónomo francés Urbain Le Verrier (y de forma independiente también por el astrónomo inglés John Couch Adams) a partir de las perturbaciones observadas en la órbita del planeta Urano.
Cuando Galia atraviesa el Cinturón de asteroides captura un pequeño asteroide, Nerina: "Uno de los últimos asteroides descubiertos". Ningún asteroide tenía en la época de Verne este nombre. Había que esperar hasta el año 1934 para que un asteroide, el 1318, fuese bautizado así.
Curiosamente, pese a su pequeña atracción gravitatoria, los asteroides pueden atraer a otros. Es el caso de 243 Ida y su pequeña luna Dactilo, de poco más de un kilómetro de tamaño que orbita a unos 90 kilómetros de distancia. Es el primer satélite natural de un asteroide descubierto. Fue hallado en 1993 por la sonda Galileo en su viaje hacia Júpiter. Y es que estos pequeños mundos tienden también a aparejarse.
La novela Héctor Servadac cuenta con sólo dos versiones cinematográficas: Valley of the Dragons (1961), de Edward Berns y la superior, Na Komete (1970), de Karel Zeman. En la primera, los protagonistas de Valley of the Dragons, un soldado norteamericano (Michael Denning) y un aristócrata francés (Héctor Servadac) descubrirán que el mundo adonde han ido a parar está repleto de dinosaurios y de cavernícolas capturados en épocas diferentes por los pasos sucesivos (rasantes, eso sí) del cometa de turno.
¡Ay si el bueno de Julio levantara la cabeza!


(c) Jordi José y Manuel Moreno en El País.